Manuelito, el Niño del Cusco que pinta los colores de su tierra
¿Cuál es la historia del Niño Manuelito?
Cada 24 de diciembre, el Niño Manuelito toca simbólicamente las puertas de los hogares cusqueños, llenando de fe y esperanza la víspera de Navidad. Su presencia, profundamente arraigada en la cultura del Cusco desde el año 1975, representa a Jesús Niño vestido con ropas autóctonas de los pobladores andinos. Esta manifestación religiosa y cultural se ha convertido en un acontecimiento trascendental durante la Nochebuena, uniendo la devoción cristiana con las tradiciones ancestrales del pueblo cusqueño.
La historia del Niño Manuelito, sin embargo, tiene raíces mucho más antiguas. Su origen se remonta al siglo XVI, cuando los conquistadores españoles introdujeron el catolicismo y la religión cristiana en el territorio del Tahuantinsuyo. Según los evangelios el Niño Jesús —o Emmanuel, como fue llamado originalmente— nació de una madre virgen. Esta narración fue transmitida por los clérigos a los pueblos originarios, quienes, con el paso de los siglos, adaptaron y resignificaron la figura de Emmanuel, transformándola en el querido Niño Manuelito que conocemos hoy.
En la ciudad del Cusco, la devoción al Niño Manuelito se hace visible especialmente durante las festividades navideñas. En ferias tradicionales, como la célebre Feria de Santurantikuy, es posible encontrar numerosas representaciones del Niño, elaboradas por hábiles artesanos locales. Algunos de ellos se dedican exclusivamente a la restauración de estas imágenes, mientras que otros confeccionan ropitas, accesorios y ornamentos destinados a su veneración.
Las esculturas del Niño Manuelito son sumamente expresivas y varían según el estilo del artista. En muchas de ellas, el Niño aparece con lágrimas en los ojos y una mirada de profunda tristeza, simbolizando el sufrimiento y la inocencia del Salvador. En otras, se le representa sonriente, con los brazos abiertos o en posición de gateo, evocando ternura y esperanza. Los materiales más utilizados son la madera y la arcilla, trabajados con técnicas artesanales que han sido transmitidas de generación en generación.
El Niño Manuelito suele representarse con tez blanca o cobriza, mejillas rosadas, ojos vidriosos, dientes brillantes y cabello ondulado. Algunos artistas le añaden un paladar de espejo, símbolo del reflejo divino. Con el tiempo, esta imagen se ha convertido no solo en un elemento esencial de los nacimientos cusqueños, sino también en una expresión de identidad cultural del Perú entero.
El Niño Manuelito, más que una figura religiosa, encarna la fusión entre la fe cristiana y las raíces andinas, un símbolo vivo de la espiritualidad mestiza que caracteriza al pueblo del Cusco.
Antonio Olave Palomino y la creación del Niño Manuelito
En el año 1975, el reconocido escultor peruano Antonio Olave Palomino, destacado artesano cusqueño y uno de los más grandes imagineros del Perú, fue convocado por los representantes de la comunidad de Vilcabamba, en la región del Cusco, para realizar una importante labor: restaurar una antigua imagen de madera del Niño Jesús, que había caído a un abismo y sufrido serios daños.
Después de tres días de viaje por difíciles caminos andinos, Olave llegó a la comunidad y permaneció allí una semana, tiempo durante el cual no solo reparó la imagen del Niño Jesús, sino también el altar mayor de la iglesia local. Durante su estancia, el artista conoció una conmovedora historia que marcaría su vida y su obra: la leyenda del pastorcito Q’alito.
Según la tradición oral, Q’alito era un niño pastor que solía jugar con los demás niños del pueblo. Un día, uno de ellos se lastimó al clavarse una espina en el pie y comenzó a llorar. Para consolarlo, Q’alito, movido por la compasión, decidió clavarse también una espina en el pie, compartiendo así el dolor de su amigo. Este gesto de ternura y empatía conmovió profundamente a Antonio Olave, quien vio en esa historia una expresión pura de amor y sacrificio infantil. Inspirado por este relato, decidió crear una nueva representación del Niño Jesús: el Niño Manuelito, al que esculpió con una espina en el pie, en homenaje al pequeño pastor Q’alito.
Con el tiempo, esta imagen se convirtió en un símbolo profundamente arraigado en la cultura cusqueña. Hoy en día, el Niño Manuelito ocupa un lugar central en los nacimientos del Cusco y de muchas otras regiones del Perú, siendo una de las figuras más queridas y representativas del arte popular andino.
Antonio Olave Palomino nació en Pisac, distrito de la provincia de Calca, en el año 1928. A los siete años, su tío Fabián Palomino lo llevó a Abancay, donde inició su aprendizaje en el arte de la restauración y la imaginería religiosa. Desde muy joven demostró un talento excepcional, que lo llevaría a ser reconocido como uno de los más grandes escultores del siglo XX y comienzos del XXI.
Su carrera artística cobró gran impulso después del terremoto del 18 de mayo de 1950, que devastó gran parte del Cusco. Olave fue entonces solicitado para restaurar numerosas imágenes religiosas dañadas por el sismo. Gracias a su trabajo minucioso y devoción artística, se consolidó como un maestro en la imaginería cusqueña, rescatando y revitalizando las técnicas escultóricas de la Escuela Cusqueña, inspiradas en el arte católico colonial de los siglos XVI y XVII.
A lo largo de su vida, Antonio Olave recibió múltiples reconocimientos nacionales, entre ellos:
Patrimonio Cultural Vivo de la Nación, otorgado por el Estado peruano.
Gran Maestro de la Artesanía Peruana.
Medalla al Mérito Pablo Vizcardo y Guzmán, concedida por el Congreso de la República.
Premio Nacional Amautas de la Artesanía Peruana 2012.
Su obra maestra, el Niño Manuelito, fue bendecida por el Papa Juan Pablo II durante su visita al Cusco el 3 de febrero de 1985. Actualmente, esta emblemática imagen se conserva en el Taller-Museo Olave, donde se preserva también gran parte de su legado artístico.
Existen diversas versiones iconográficas del Niño Manuelito en distintos lugares del Cusco: el Niño de la Espina (con la espina en el pie), el Waitasqacha (envuelto en pañales), el Niño Pastor, o el Niño Varayoq, que porta la vara de autoridad comunal. Desde el Cusco, esta iconografía se difundió a otras regiones del país, dando origen a variantes como el Niño Chaperito de Canta (en Lima) y el Niño Lachocc de la región sur andina de Huancavelica.
La figura del Niño Manuelito trasciende el ámbito religioso para convertirse en un símbolo de identidad cultural, ternura y esperanza del pueblo andino. Su creador, Antonio Olave Palomino, dejó un legado artístico que continúa inspirando a nuevas generaciones de artesanos y artistas peruanos.
FUENTES
Inkaterra
Opinión Bolivia